martes, 17 de diciembre de 2013

57-La propagación.

Cierto día, Siddartha proclamó ante sus discípulos:
-¡Monjes, partamos para difundir la eneseñanza! Viajemos a diversas regiones y prediquemos la Ley en bien de la felicidad de las personas y de la paz del reino.-
Todos lo miraron atónitos. El anuncio era un golpe inesperado.
Buscando estimularlos, dijo con firmeza:
-En vez de iniciar la jornada de a dos, cada uno partirá solo. Quiero que propaguen la enseñanza de modo claro y acorde con la razón, que sean intachables y se conduzcan con dignidad.-
¿Debían actuar en forma independiente? Esto los sorprendió aun más. Pero la penetrante mirada de Siddartha no admitía dudas: había llegado el momento de abandonar el amparo de su mentor. Finalmente les informó:
-Yo iré a Sena, el lugar donde logré la iluminación, para predicar allí la Ley.-
Siddartha albergaba ciertos temores; era arriesgado enviar a sus discípulos a propagar la enseñanza sin su apoyo. Pero el Budismo no es una religión para permanecer enclaustrado en el mundo de la filosofía o de la meditación. El autentico Budismo existe en los esfuerzos prácticos de quienes, habiendo buscado la Ley y habiéndola comprendido, toman como misión personal convertir a otros y conducirlos a la iluminación.
Con ardiente decisión de compartir las enseñanzas de su mentor, los discípulos de Siddartha partieron hacia diversos lugares. Entretanto, este último regresó a la región de Uruvela, donde había logrado la iluminación.
Siddartha solo se veía rodeado por una pequeña comunidad de monjes, pues consideraba más acertado que se extendiera el apostolado. Llegada la estación de las lluvias encaminó sus pasos hasta Uruvela, donde se sometiera al automartirio.
Mientras iba de camino no dejó de oír hablar de tres celebres eremitas, a los que la gente llamaba “los hermanos Kassapa”. Pertenecían a una de las muchas sectas nacidas de la antigua Veda. Unos personajes de agresiva apariencia, que dieron hospedaje a Siddartha con oculta intención. Y este no pudo confiarse ante unos melenudos, que peinaban largas trenzas y cubrían sus cuerpos con cortezas de árbol. Su vivienda era una choza construida con follaje, que había sido levantada en los linderos de la jungla. Allí había más animales domésticos que novicios.
Pasadas unas semanas, el hermano mayor, Kassapa de Urubilva, que era un anciano de unos setenta años, se dio cuenta que el asceta de cabeza rapada y ademanes pacíficos se estaba atrayendo a todos los aldeanos. Entonces se enfrentó a él en un duelo de prodigios mágicos o de milagros, que la leyenda ha llegado a calcular en unos tres mil quinientos.
Esta pequeña victoria de Siddartha se agrandaría después del sermón de Gayasisa, porque supo utilizar el simbolismo del fuego, eje de la idolatría de los “tres hermanos Kassapa”.
-Oh monjes, la existencia que nos rodea debéis contemplarla como un fuego devastador. ¿Qué significado debéis conceder a mis palabras? El fuego devastador se halla en el ojo, en las cosas que tenemos delante y en el sentimiento nacido de lo penoso. ¿Cómo es alimentado este fuego devastador? Lo alimentan las llamas del deseo, del odio, de la obcecación, del nacimiento, de la vejez, de la muerte, de la miseria, de los sufrimientos, del dolor, de la amargura y de la desesperación. Yo os aseguro, oh monjes, que todo discípulo educado en la Ley, mientras camine por el Noble Sendero, podrá mantenerse alejado del ojo, de los objetos visibles y de cualquier sentimiento provocado por unas relaciones maliciosas. Con este alejamiento se notará libre del deseo y a salvo. Entenderá que para él ya no existe renacimiento alguno, porque se ha convertido en santo, al haber cumplido su deber en la vida, y no necesitará volver al mundo material.-
Siddartha hablaba de una manera un tanto hermética; sin embargo, sus acciones posteriores se diría que despejaban todos los misterios. Curiosamente, sus discípulos tendían a predicar, como podremos observar, de una forma más sencilla, igual que si resumieran a nivel del pueblo el mensaje de su maestro.
Rajagriha, la capital del reino de Magadha, era también el centro de una nueva cultura y albergaba a muchos maestros religiosos y filósofos sobresalientes. Situada relativamente cerca, Uruvela era, por lo tanto, un lugar ideal para que Siddartha comenzara, decididamente, sus actividades de propagación.
De hecho, la prédica había empezado cuando aun se encontraba en camino hacia allí. Mientras descansaba en un bosque, vio que algunos hombres y mujeres perseguían frenéticamente a alguien. Un joven que estaba con ellos preguntó:
-¿No vio a una mujer que venía huyendo?-
Se trataba de un grupo que había salido a dar un paseo. La mayoría de los integrantes estaban acompañados de sus esposas, pero uno de ellos, soltero, había ido con una prostituta. Mientras todos estaban distraídos, la mujer había escapado con los objetos de valor. Ahora trataban de encontrarla.
Siddartha escuchó y respondió con calma:
-Como ser humano, ¿Qué crees que es más importante: buscar a una prostituta fugitiva o buscar a tu verdadero yo?-
Fue una pregunta inesperada.
Siddartha observó al grupo en silencio. La presencia de ese sereno y noble sabio los turbó. Se sintieron avergonzados por estar tan ciegamente obsesionados con la búsqueda del placer.
Uno de los jóvenes balbuceó:
-Bueno… Creo que…, naturalmente, es más importante buscar nuestro verdadero yo.-
Siddartha asintió.
-En ese caso, les enseñaré el medio para descubrirlo.-
Les habló con gran empatía y calidez. Puso todo su empeño para que dejasen esa vida entregada a la insensata búsqueda del placer y se dedicasen a construir una felicidad duradera. Fue un dialogo emotivo y misericordioso.
Y el intercambio dio frutos; el grupo de jóvenes decidió abrazar la enseñanza. Siddartha jamás dejaba escapar la más mínima oportunidad de propagar. Estaba dedicado a enseñar la Ley de la vida a todas las personas. Por lo tanto, cada encuentro se convertía en la mejor ocasión para un dialogo que le permitía compartir su enseñanza.