Cierto día,
Siddartha proclamó ante sus discípulos:
-¡Monjes,
partamos para difundir la eneseñanza! Viajemos a diversas regiones y
prediquemos la Ley en bien de la felicidad de las personas y de la paz del
reino.-
Todos lo miraron
atónitos. El anuncio era un golpe inesperado.
Buscando
estimularlos, dijo con firmeza:
-En vez de
iniciar la jornada de a dos, cada uno partirá solo. Quiero que propaguen la
enseñanza de modo claro y acorde con la razón, que sean intachables y se
conduzcan con dignidad.-
¿Debían actuar
en forma independiente? Esto los sorprendió aun más. Pero la penetrante mirada
de Siddartha no admitía dudas: había llegado el momento de abandonar el amparo
de su mentor. Finalmente les informó:
-Yo iré a Sena,
el lugar donde logré la iluminación, para predicar allí la Ley.-
Siddartha
albergaba ciertos temores; era arriesgado enviar a sus discípulos a propagar la
enseñanza sin su apoyo. Pero el Budismo no es una religión para permanecer
enclaustrado en el mundo de la filosofía o de la meditación. El autentico
Budismo existe en los esfuerzos prácticos de quienes, habiendo buscado la Ley y
habiéndola comprendido, toman como misión personal convertir a otros y
conducirlos a la iluminación.
Con ardiente
decisión de compartir las enseñanzas de su mentor, los discípulos de Siddartha
partieron hacia diversos lugares. Entretanto, este último regresó a la región
de Uruvela, donde había logrado la iluminación.
Siddartha solo
se veía rodeado por una pequeña comunidad de monjes, pues consideraba más
acertado que se extendiera el apostolado. Llegada la estación de las lluvias
encaminó sus pasos hasta Uruvela, donde se sometiera al automartirio.
Mientras iba de
camino no dejó de oír hablar de tres celebres eremitas, a los que la gente
llamaba “los hermanos Kassapa”. Pertenecían a una de las muchas sectas nacidas
de la antigua Veda. Unos personajes de agresiva apariencia, que dieron
hospedaje a Siddartha con oculta intención. Y este no pudo confiarse ante unos
melenudos, que peinaban largas trenzas y cubrían sus cuerpos con cortezas de
árbol. Su vivienda era una choza construida con follaje, que había sido
levantada en los linderos de la jungla. Allí había más animales domésticos que
novicios.
Pasadas unas
semanas, el hermano mayor, Kassapa de Urubilva, que era un anciano de unos
setenta años, se dio cuenta que el asceta de cabeza rapada y ademanes pacíficos
se estaba atrayendo a todos los aldeanos. Entonces se enfrentó a él en un duelo
de prodigios mágicos o de milagros, que la leyenda ha llegado a calcular en
unos tres mil quinientos.
Esta pequeña
victoria de Siddartha se agrandaría después del sermón de Gayasisa, porque supo
utilizar el simbolismo del fuego, eje de la idolatría de los “tres hermanos
Kassapa”.
-Oh monjes, la
existencia que nos rodea debéis contemplarla como un fuego devastador. ¿Qué
significado debéis conceder a mis palabras? El fuego devastador se halla en el
ojo, en las cosas que tenemos delante y en el sentimiento nacido de lo penoso.
¿Cómo es alimentado este fuego devastador? Lo alimentan las llamas del deseo,
del odio, de la obcecación, del nacimiento, de la vejez, de la muerte, de la
miseria, de los sufrimientos, del dolor, de la amargura y de la desesperación.
Yo os aseguro, oh monjes, que todo discípulo educado en la Ley, mientras camine
por el Noble Sendero, podrá mantenerse alejado del ojo, de los objetos visibles
y de cualquier sentimiento provocado por unas relaciones maliciosas. Con este
alejamiento se notará libre del deseo y a salvo. Entenderá que para él ya no
existe renacimiento alguno, porque se ha convertido en santo, al haber cumplido
su deber en la vida, y no necesitará volver al mundo material.-
Siddartha
hablaba de una manera un tanto hermética; sin embargo, sus acciones posteriores
se diría que despejaban todos los misterios. Curiosamente, sus discípulos
tendían a predicar, como podremos observar, de una forma más sencilla, igual
que si resumieran a nivel del pueblo el mensaje de su maestro.
Rajagriha, la
capital del reino de Magadha, era también el centro de una nueva cultura y
albergaba a muchos maestros religiosos y filósofos sobresalientes. Situada
relativamente cerca, Uruvela era, por lo tanto, un lugar ideal para que
Siddartha comenzara, decididamente, sus actividades de propagación.
De hecho, la
prédica había empezado cuando aun se encontraba en camino hacia allí. Mientras
descansaba en un bosque, vio que algunos hombres y mujeres perseguían
frenéticamente a alguien. Un joven que estaba con ellos preguntó:
-¿No vio a una
mujer que venía huyendo?-
Se trataba de un
grupo que había salido a dar un paseo. La mayoría de los integrantes estaban
acompañados de sus esposas, pero uno de ellos, soltero, había ido con una
prostituta. Mientras todos estaban distraídos, la mujer había escapado con los
objetos de valor. Ahora trataban de encontrarla.
Siddartha
escuchó y respondió con calma:
-Como ser
humano, ¿Qué crees que es más importante: buscar a una prostituta fugitiva o
buscar a tu verdadero yo?-
Fue una pregunta
inesperada.
Siddartha
observó al grupo en silencio. La presencia de ese sereno y noble sabio los
turbó. Se sintieron avergonzados por estar tan ciegamente obsesionados con la
búsqueda del placer.
Uno de los
jóvenes balbuceó:
-Bueno… Creo
que…, naturalmente, es más importante buscar nuestro verdadero yo.-
Siddartha
asintió.
-En ese caso,
les enseñaré el medio para descubrirlo.-
Les habló con
gran empatía y calidez. Puso todo su empeño para que dejasen esa vida entregada
a la insensata búsqueda del placer y se dedicasen a construir una felicidad
duradera. Fue un dialogo emotivo y misericordioso.
Y el intercambio
dio frutos; el grupo de jóvenes decidió abrazar la enseñanza. Siddartha jamás
dejaba escapar la más mínima oportunidad de propagar. Estaba dedicado a enseñar
la Ley de la vida a todas las personas. Por lo tanto, cada encuentro se
convertía en la mejor ocasión para un dialogo que le permitía compartir su
enseñanza.